viernes, febrero 16, 2007

"The Eraser" En 100 Palabras

“The Eraser” se desenvuelve, en medio de samples y beats, junto con una voz que canta sobre profundos sentimientos.

Como inspiración para su grabación, Yorke bebió de una infinidad de fuentes, tanto musicales como literarias, así como también de las grabaciones desechadas del “Kid A”, para realizar un álbum con un aire completamente distinto a la tan esteriotipada música electrónica contemporánea.

“The Eraser” es un viaje por la cabeza de Yorke. Atravesando mares de insondables sonidos minimalistas, estructuras musicales matemáticamente perfectas y letras finalmente humanas, que hacen de este disco uno de los mejores del año pasado.


N. del E. : Si es que están con ganas de escuchar a Thom Yorke, aquí encontrarán una sorprendente interpretación en vivo. Gracias a Rodrigo Meleán por el dato y el link.

miércoles, febrero 07, 2007

El hombre con el lápiz en la cabeza

man with pen in head


Así como sólo un católico podría ser a la vez abogado y vigilante, también solamente un católico podría sentirse cómodo imaginando a ingenuos buenazos, enfundados en extravagantes trajes de spandex, como redefiniendo el ultraviolento límite de la novela noir, del género hard boiled, dentro de la perfecta evolución natural del pulp: el comic.

Quizás sin saberlo nuestro primer acercamiento a la obra de este maestro de las historietas sucedió gracias a alguna de las películas de “RoboCop”; historias originalmente pensadas por el autor como oscuras aventuras cyberpunk, transformadas luego por Hollywood en sacarinados bodrios, intrascendentes como una mazorca hervida. Pero, por entonces el de Frank Miller ya era un nombre lo suficientemente importante como para garantizarle el secundario papel de un prócer toxicómano en la secuela cinematográfica del cyborg policial. Dolido al ver sus ideas para Robocop degeneradas en infantiloides autoparodias, Miller decidió abandonar el cine (que, a pesar de no haberle dado inmediatas satisfacciones, había sido importantísima motivación para que él se hiciera historietista), quedándole siempre latente el deseo de regresar, con gloria y carta blanca creativa, a la gran pantalla.

Pero la próxima vez que veríamos a Frank, estaría muerto. Con un lápiz número dos atravesándole la frente, Miller nuevamente se inmolaba en manos de mediocres equipos de producción cinematográfica. El que fuera paradigma del comic oscuro (grim & gritty, admitiendo la anglofilia con la que mejor se describe) de principios de los ochenta, el vengador atormentado original, Daredevil, era rebanado y avergonzado en una mediocre película que no mereció el spin-off que tuvo (hablo de otro inmortal personaje de Miller, la sensualmente peligrosa Elektra, que fue llevada a la pantalla con desastrosos resultados; muy a pesar de Jennifer Garner, actriz “so easy to look at”, como dice Bob Dylan, pero que de entallar las mallas de la asesina no pudo pasar). Esta aventura volvía a dejar a Miller en la lona, anulando el crédito de su aportación al reconstruir esta franquicia, en los comics, cerca de una década antes, y a pesar de que su involucramiento con las pésimas adaptaciones cinematográficas no pasó de un triste y breve cameo.

Por fortuna merodeaba por ahí un fanático con suficientes agallas y talento para prestarle, como corresponde, las bridas del monstruo cinematográfico al propio Miller. Y es que no hacía falta tener demasiadas luces para comprender que la mejor forma de transcribir a Miller, cuya narrativa es la más cercana al cine que tiene el comic (luego del Alan Moore de “Watchmen”, claro está), es precisamente apelando a uno de los directores cuyo lenguaje cinematográfico más se acerca al del comic, como es el caso de Robert Rodríguez. Si a esta mezcla añadimos que la obra a ser adaptada es “Sin City”, que Rodríguez co-dirigirá con Miller y que el cineasta no le hace ascos a la violencia que caracteriza esta obra, presagiamos un film noir supra-realista, que finalmente podrá honrar la clase del trabajo de Frank Miller en la medida que este lo merece. Así fue que, con el éxito de “Sin City”, (película que, lejos de ser una obra maestra, recupera los méritos de las viñetas y añade suficientes virtudes propias a la combinación) Miller finalmente logró lo que siempre había buscado: hacer cine del bueno.

Pero no olvidemos que, a pesar de estar tan ligado al mundo cinematográfico (este año se viene la adaptación de “300”, que ya en el comic fuera una suerte de remake alla Miller del peplum de Rudolf Maté “300 Spartans”; tal película promete, al menos estéticamente, ser tan fiel como “Sin City” llegó a serlo), no sería justo olvidar que, aparte de sus aventuras cinéfilas, Frank Miller es probablemente unos de los autores del comic más influyente, famoso y respetado de los últimos 25 años.

Con cara de rudo cura decimonónico, el aspecto de un boxeador irlandés iracundo y la traza de un barman huido de un tugurio de Brooklyn, Frank Miller casi parece uno de sus propios personajes. Profundamente influido por el cine negro, los pulp, la ciencia ficción y (claro está) los comics publicados durante la llamada “Edad de Plata” (o “Era Marvel”, según se prefiera), Miller desarrolló una narrativa propia, deudora y heredera del acercamiento neo-realista explotado por Neal Adams y Dennis O’Neil en los 70, e incluso unos años antes, en el campamento Marvel, por Kirby, Lee, Claremont y Byrne. Sin embargo, con Frank Miller se iniciaría una nueva etapa en la que, a partir de la novela gráfica y la historieta de auteur, se reconocería un nuevo estatus artístico al comic.

Buque insignia de la “Generación del 86”, que junto con Alan Moore y Art Spiegelman revalidó el comic como medio artístico de alta calidad, explotable profundidad temática y suficiente mérito literario; Miller se distinguió de entre estos autores (y los posteriores Gaiman, Morrison, Ennis, Millar, Clowes, Mignola, Ellis, etc.) por ser menos intelectual, místico, surreal, dadaísta o meta-mediático que cualquiera de ellos. Guardando cierta distancia con la afectación de sus contemporáneos, se mostró más bien descaradamente deconstruccionista, abrazando un cinismo postmoderno poco común en una era conservadora y de recesión económica (con Ronald Reagan en la Casa Blanca). Para esta vivisección Miller pensó al superhéroe como una condición desequilibradora de la personalidad, un trastorno, y lo presentó en una realidad urbana tan oscura y reminiscente de un pasado (anti) heroico y violento, que resultaba contradictoria hasta como distopía.

Por otra parte, habiendo ya visto el manejo temático del primer Frank Miller, hay que hablar de su utilización cinemática de las viñetas, los subtonos apocalípticos de su representación gráfica y su sucinta crítica sociopolítica, expresadas todas en un lenguaje absolutamente accesible (Alan Moore es más denso en sus figuras cercanas al preciosismo Victoriano, o su recargada retórica; mientras Grant Morrison se debe en temas y estilos a las vanguardias de principios del Siglo XX, por citar un par de ejemplos contrastantes) enraizado en los pulp, el estilo naturalista de Will Eisner, las novelas juveniles de aventuras y (por supuesto) las historias detectivescas, especialmente las de Raymond Chandler, podemos seguir comprendiendo la relevancia e impacto del trabajo de Miller en este medio. Digamos que, mientras algunos autores llevaban a Batman a ver a Freud o enfrentaban a Superman contra Nietzsche, Miller mostraba un Daredevil (y luego un Batman) masticadores de Chesterfields y en franco plan de Harry el Sucio existencialista.

Pero este no es el momento para analizar el impacto de la “Generación del ‘86”, ni tampoco para introducirnos minuciosamente en la obra de Frank Miller. Por el contrario, lo que pretendemos en este artículo es realzar la importancia de Miller al contextualizar su obra desde nuestra subjetividad; es decir, ofrecer un vistazo someramente analítico del catálogo Milleriano desde nuestra particular percepción y experiencia. Entonces, observemos con mayor detenimiento la técnica, estilo y características de Miller como autor (tanto escritor como ilustrador) de historietas.

Evidentemente se puede hablar de al menos tres etapas en la carrera de Frank Miller dentro del mundo del comic. La primera, que ya hemos estado tocando, corresponde al boom de 1986 y se extiende hasta principios de los '90. La siguiente engloba la corrida como autor pulp y free-lance (que, además del grueso de sus historias en el universo “Sin City”, incluye “Ronin”, “Give me Liberty” y “300”) y es cronológicamente su más extensa y prolífica fase. A estas dos se suma su actual etapa, en la que ha regresado al comic de superhéroes tradicional. Pero, hastiado de la llamada “madurez y oscuridad” que estos personajes han desarrollado (en buena parte por culpa suya y de su seminal obra), Miller ha comenzado a regodearse con historias deliradas y lindantes con el ridículo e infantilismo propios de los comics antes del 86; mientras proclama, con chillona sorna, un patrioterismo casi camp. Pero ahora, primordialmente por motivos de espacio, no nos concentraremos en el desarrollo preciso de ninguna de estas etapas; sino presentaremos, con algo más de atención, la primera (y probablemente más importante) encarnación milleriana.

Cercano en sus manejo visual al comic (y cine) europeo, no extraña que estéticamente refiera mucho al lenguaje de Sergio Leone o de Michelangelo Antonioni, con “tomas” largas, “cortes” expresivos y paneles estáticos compuestos en contraposición con escenas febrilmente insertas sobre ellos. Habiendo bebido del manga, esta escuela se hace obvia en los textos visuales de, por ejemplo, “The Dark Knight Returns”; en su feísmo cuasi punk, donde el abuso de pantallas de TV, las rampantes hordas de jovenzuelos mutados en golems sanguinarios, la expresividad facial y la experimentalidad narrativa, contrastan con un ritmo pausado, una profusión de monólogos y un culto a la “no acción” visual, que son completamente deudores de la tradición occidental. Pero ahí caemos en insulsas polémicas filológicas, como la que pretendía contraponer a Kubrick y Kurosawa. Tal no es el caso.

Ya que se está hablando de ella, detengámonos temporalmente en la etapa que Frank Miller desarrolló en páginas de Batman. En esencia, y resumiendo groseramente, podemos decir que Miller se atrevió a otorgarle al Caballero Nocturno un Alfa y un Omega, instituyendo, de paso, el concepto de “Elseworlds”. Decimos esto pues Frank escribió tanto “Batman : Year One” (un homenaje a Bob Kane y Bill Finger en el que colaboró con el maestro David Mazzuchelli para rescatar y actualizar las raíces del Hombre Murciélago), donde dotaba de un nuevo origen y motivaciones personales al vengador enmascarado, como también realizó la inconmensurable “The Dark Knight Returns” (primer comic que se aventuraba, en una realidad alterna, a escribir un distópico final para el cannon batmaniano, apoyándose en su esposa y colorista Lynn Varley y el entintador Klaus Janson) saga limitada en la que veíamos a un Bruce Wayne anciano y amargado enfrentarse, apoyado en una puberta Robin femenina, a una legión de junkies mutantes, al pleno de su Rogue Gallery trastornada y fulminante como nunca (Two Face rehabilitado, un maniático Joker descontrolado hasta el extremo, a Catwoman obesa y despechada, etc.) e incluso se el encapotado se da el gusto de aporrear a un boy scout intergaláctico, salido de Metrópolis y en pleno plan servilista del gobierno yanki (con apariciones estelares de Ronald Reagan); servido todo en un universo cyber-punk post-apocalíptico en el que, con los superhéroes proscritos, la única ley respetada es la de la violencia extrema. En fin, procurando no divagar, espero con mis imprecisas descripciones alentarlos a leer estas magníficas novelas gráficas, esenciales para comprender la genuina estatura de Miller.

Si bien en 2001 Frank publicó “The Dark Knight Strikes Again”, esta suerte de secuela fue muy tibiamente recibida, si se la compara con su predecesora. Principalmente criticada por el viraje temático, la exagerada tendencia a narrar la acción en plan “Sin City” (ralentizando los tiempos, instrospectivamente, etc.), por su arte precario y “experimental” (Miller y su esposa Varley recién comenzaban a introducirse en el manejo del Photoshop) y por el esfuerzo, aparentemente infructuoso, de replicar un futuro distópico tan verosímil y aterrador como el que lograra en 1986, pero ahora en el mundo post "9-11"; nos hicieron sospechar que Miller estaba senil, que había envejecido muy mal y que no fue buena idea meterse con un clásico del tamaño del “DK” original. Lo que resulta quizás más chocante de la novela gráfica es el cambio hacia un chauvinismo exagerado, que Miller ha continuado ejerciendo en posteriores trabajos, pero, que sin hacer la obra ilegible, la tornó un tanto dura de digerir para el usualmente liberal público Milleriano.

Habiéndonos extendido más de lo recomendable, considero que ya debemos ir cerrando este artículo. Pensado como homenaje por el quincuagésimo aniversario de Frank, hemos quedado atrapados en la prolífica carrera del autor americano. Sin espacio ni tiempo para tocar, con la profundidad y detalle necesarios, portentosos trabajos como “300”, “Martha Washington”, “Hard Boiled” o su paso por Batman y Daredevil, hemos preferido introducirnos superficialmente por los resquicios más intensamente atractivos de la obra de este. Es difícil afirmar que la suya se trata de una aparición mágica, pues el realismo social de Adams y O’Neil, o el cinismo pulp “patriota” de Howard Chaykin, ya anunciaban una maduración en el sentido de la que encabezó Miller. También debemos estar de acuerdo con Frank, al afirmar que el tan proclamado “realismo”, que se apoderó de los comics desde 1986, ha ido demasiado lejos. No sé si pueda, tanto como Miller, “odiar” esta vena “grim & gritty”, pero sí me parece que procurar explicaciones psicoanalíticas para absolutamente todo superpoder, rebuscar pasados cada vez más dolorosos y oscuros para los alteregos supeheróicos, etc. supera el límite de racionalidad ya declinado al aceptar leer historias sobre extraterrestres o paladines volantes. Vamos, ¿Realmente queremos ver a Superman afeitarse, a Sue Richards comprar tampones o al Martian Manhunnter rascarse los sobacos?

En conclusión, Frank Miller no necesita probarle a nadie que es uno de los mayores talentos en la historia de la narrativa gráfica. De hecho, a pesar de que se suele acusar con mayor frecuencia a los “invasores ingleses” (Alan Moore y compañía), pienso que el impacto de Frank Miller sobre el noveno arte ha sido más duradero y extendido, pues sus orígenes se hallan profundamente incrustados en la misma tradición del comic americano que Will Eisner, Stan Lee, Alex Toth, Joe Kubert, Jim Steranko, Carmine Infantino, Dick Giordano, etc. permitiéndole esto deconstruir (y luego reconstruir) el comic desde dentro, con un portentoso conocimiento y manejo del arte secuencial como poderoso medio multi semántico.

Al final de cuentas, con un dibujo tan dado al contre-jour, unas historias que te hacen preguntar porqué los relatos, que en español podrían calificarse de “crudos”, en inglés reciben el apelativo de “hard-boiled” (algo así como huevos duros pasados al agua); un código sintáctico neo-noir con un dejo a mangaka culto, amante de los peplum y de la ultraviolencia, de las peligrosas femme fatales y del trazo grueso pero simplista, no puede menos que encandilarnos. Y, al dedicarle un breve homenaje por sus cincuenta años, esperamos que, a diferencia de Alan Moore, no decida jubilarse al celebrar su medio siglo de vida, y siga tajando, por mucho tiempo más, ese lápiz que tiene incrustado en plena frente.


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