sábado, noviembre 24, 2007

Evo Pueblo o cómo hacer una película sobre Evo sin Evo


Cuando hace algunos meses tuvimos la oportunidad de conversar con los notables directores Jorge Sanjinés y Jorge Ruíz (en orden cronológico de conversación, se entiende) no pudimos perder la oportunidad de preguntarles porqué creían ellos que no estaba existiendo un correlato cinematográfico del actual proceso revolucionario. Tanto Sanjinés, con quien conversamos prácticamente el mismo día que la extranjera “Cocalero” se presentaba en Lauca Ñ, como Ruíz, que sabemos produjo algunos de los más notables documentos fílmicos de la Revolución del 52, coincidieron en apuntar casi a los mismos aspectos: la alienación cultural (particularmente entre los cineastas más jóvenes), la inviabilidad comercial de una película “política”, la carencia de espacios de difusión para tales cintas, la desidia del gobierno para estructurar una auténtica revolución cultural que fomente aquellas iniciativas, entre algunas otras razones. Es evidente que sumando los distintos intereses del público cinéfilo, que en 1980 querría ir a ver “Los Hermanos Cartagena”, pero hoy prefiere quedarse con “Transformers”, el panorama es absolutamente contrario para cualquier dupla “cineasta comprometido – inversor temerario”. Entonces, y teniendo a “Evo Pueblo” en las salas del país, ¿Cuándo fue una buena idea dedicarle una película a Evo Morales?

Evo es indiscutiblemente un personaje único, de pintoresca y sorprendente trayectoria, que a veces incluso supera la ficción; tanto así que su vida parece no necesitar añadidos para conformar un excelente relato, una historia desde cualquier punto de vista atractiva, sostenida además por un protagonista carismático e influyente, con una vida repleta de momentos explotables cinematográficamente. Luego, parafraseando a Kusturica sobre el destino de rockstar de Maradona, Evo tiene destino de personaje de cine. Al menos el Evo pre investidura presidencial. Aclarado esto, cuando dudamos de la pertinencia de una película dedicada a Morales nos preguntamos sobre la “vendibilidad” de la idea, que parecía exitosa cuando se comenzó a producir la cinta, al calor de un 80% de popularidad del mandatario, en un país optimista (y tolerante) frente a su primer presidente indígena. Hoy tal empresa sería casi impensable, si es que el mercado de la película se correlaciona al estado político de la nación, y pensamos que o “Evo Pueblo” tiene que ser una cinta propagandística entronizadora del caudillo (onda “Evo soy yo”), o una suerte de reválida internacional de la figura de Morales. Tristemente, y muy por culpa de pecados propios, la cinta de Tonchy Antezana fracasa en ambos rumbos.


Considerando el tremendo instinto comercial demostrado por el equipo realizador, que tanto en el merchandising relacionado como en las formas de publicidad y exhibición ha demostrado ser innovador y efectivo, no extraña que se haya deseado limar al mínimo admisible las aristas políticas de la historia, buscando así vender la cinta al menos al público indeciso (políticamente) y no sólo a los curiosos incorregibles, o a los que todavía apoyan al Gobierno (dicho sea de paso, y sin dobles sentidos, “Cada día somos menos”). Grave Error. Las “licencias creativas” que aplica Antezana hieren una historia en la que el personaje principal se ve despojado de motivos de lucha reales, incorporando torpemente situaciones y personajes ficticios en un vago intento por subsanar los recortes aplicados. La introducción de elementos ficticios o personajes libremente inventados no está mal, por supuesto, si se los maneja correctamente, pero no sucede así en “Evo Pueblo”, donde estos personajes, que comienzan siendo innecesarios, se transforman luego en estorbos para el flujo de la historia (o para la historia que en realidad interesa ver) y finalmente o se pierden en la nada, convirtiéndose en cabos sueltos que nadie se preocupa en explicar, u opacan al propio Morales cinematográfico (no negarán que su amigo Reneco o el Compañero Ramiro terminan siendo personajes de lejos más atractivos que el propio Evo). Así, y quizás bajo el pretexto de incluir en cameos inexplicables a las amigas del director, se maltrata y descompensa completamente el desarrollo del personaje principal y su historia.

Algunas semanas atrás, juguetonamente anticipando la debacle de ésta película, le comentaba a un amigo que “Evo Pueblo”, con sus cuatro Evos –los dos actores adultos son genuinos “dobles” suyos– era nuestra muy criolla “I’m not there” (la esperadísima película sobre Bob Dylan, dirigida por Todd Haynes, en la que 6 actores no interpretan a Dylan). Las abismales distancias entre ambas películas quedan expuestas ya desde la forma de abordar a personajes probablemente descomunales al momento de llevar a la pantalla. Y tal vez ese es el peor error de Antezana, y el mayor éxito de Haynes, pues al buscar a sujetos extremadamente parecidos a Evo se sacrifica la capacidad actoral, y hacer eso cuando se trata del personaje principal es una apuesta que se suele pagar muy caro. Valerio Queso y Vidal Ortega son quienes “se visten” de Evo para la película, pues Ortega (el más parecido al verdadero Evo) casi no tiene parlamentos y Queso, que tampoco tiene demasiadas líneas y demuestra su inexperiencia, inexpresividad y casi nula capacidad de parecer “natural” frente a la cámara, tampoco hace mucho para permitirnos calificar su “actuación”, llevándonos a confundir “actores naturales” con look-alikes disfrazados con aquel saco decorado con motivos nativos que se inventó Morales. Antezana, sabiendo las carencias de su actor protagónico, filma a Queso casi sin avisarle, desde lejos, evitando pedirle que hable o haga casi nada. Le basta con que un tipo parecido a Evo (Evo en la cinta, gracias al principio de suspensión de descreimiento) aparezca cerca de la acción, frente a la cámara. Así el Evo fílmico se vuelve un triste pelele, un adorno restringido al fondo de la escena, dejando que sean otros quienes hablen por él. Así sucede que en una reunión sindical son otros los que exponen la necesidad de conformar un instrumento político para el movimiento cocalero, mientras Evo Queso apenas asiente con unos despistados "aha, aha". Entonces, como deficiente resultado nos queda una película sobre Evo en la que Evo casi no está.

Pero la enorme torpeza narrativa tampoco ayuda demasiado a los actores, que tienen que repetir líneas tan poco creíbles que incluso disminuyen la naturalidad de unos actores ya muy tensos. Siempre me he preguntado porqué les resulta tan difícil a nuestros guionistas escribir un par de diálogos creíbles. Salvando el caso de Martín Boulocq y quizás el de Rodrigo Bellot, los guiones de nuestro cine tienden a ser grandilocuentes declaraciones, a veces excesivamente teatralizadas y otras sobreactuadas al extremo melodramático de escuela mexicana. Y no me refiero a ese narrador con su pesadez dislocada (¿Era realmente necesaria esa voz en off?), sino al severo sabor falso de Evo festejando o bromeando con analogías futboleras que están lejos de sonar graciosas, por ejemplo. Ni hablar del único discurso de Evo frente a las seis Federaciones del Trópico, que exuda tal falta de carisma y credibilidad que no le hace absoluta justicia al gran orador que es Morales. Valerio Queso –encargado de pronunciar el discurso– no sería capaz ni de convencer a cinco personas con un discursito de ese estilo, ni pensar en llegar a presidir un país en el que se convocó a su ajusticiamiento público (Mesa lo hizo, ¿no?). Con semejante poder discursivo no extraña que al Evo trompetista se le escapen las damas y hasta a alguna se la “serruche” un cuate en sus plenas narices. Pero volviendo al punto, con alocuciones sindicales con la profundidad de un sketch de Café Concert y parlamentos horneados en bloques impronunciables, las cosas tampoco mejoran.
Algunos críticos han acusado el hecho de que Evo aparece demasiado tiempo jugando fútbol, “persiguiendo cholitas” o “farreando”, en la película. Más allá de que esas puedan o no ser las aficiones del actual Presidente, no dudamos que forman parte esencial del ser boliviano (salvo, en algún caso, lo del espíritu casanovas). Claro que una “cámara sobre bandeja” salta la línea de la racionalidad y olvida lo básico del leccionario cinematográfico, y el exceso futbolero hace a momentos parecer a “Evo Pueblo” como una versión en acción real (y criolla) de los “Supercampeones”, lo mismo que la gran afición femenina del hoy presidente, que fue algo que seguramente alguien recomendó se deseaba quedase muy claro. Bueno, no hace falta escarnecer por esos problemas a ésta película, sabiendo además que tiene algunos mucho peores, que hasta reducen los anteriores casi a anécdotas.

En cuanto a lo técnico, el bajo presupuesto de la película y la calidad casi artesanal de la producción se benefician muy bien de la tecnología y el formato digital, sin acusar su financiamiento limitadísimo, y eso es algo reconocible. Los problemas de montaje, una fotografía entretenida en infinitas llamas atravesando el altiplano (y a la que se nota que la experiencia y el tiempo le sentarán muy bien para lograr una identidad y entereza léxico/estéticas) pero que no desentona en general, una música sintetizada con elementos pobrísimos y transformada casi en un cliché retrasado 25 años (porque música de este estilo, etno-tecno-kitsch se escuchaba por todas partes por aquel entonces), o varios errores de continuidad y secuencia, al no ser ajenos a nuestro país, no tienen porqué preocuparnos en un emprendimiento que puede encontrar motivos para excusarse de tales situaciones. Sabemos que Tonchy Antezana no tiene demasiada experiencia dirigiendo largometrajes, y eso es algo que también se puede esperar que vaya a mejorar con el tiempo. O quizás no. De cualquier modo, entre las virtudes técnicas del film hay que agradecer una mezcla de audio lo suficientemente clara para permitir entender los diálogos sin tener que pegar el oído a los altavoces.


Sin querer profundizar en escenas ridículas (Evo siendo “resucitado” por unos huevos fritos, la peor recreación histórica que haya visto nuestro cine, o un ciclo bloqueo/desbloqueo “minimalista”), tenemos que mencionar al que descolla por lo aberrante de su actuación. Un gran actor teatral como es César Brie debería saber que la pantalla generalmente le sienta mal a los habitúes de las tablas. Pero no es solamente que se note la naturalmente intensa gesticulación y amplificación histriónica del actor, sino que la forma en que éste encara su papel de antagonista militar de una forma (¿deliberadamente?) ridícula no le hace ningún favor a una película ya muy debilitada, y que podía haber ganado mucho de los galones de Brie. Así éste, en lugar de parecer un sanguinario comandante, parece un gran payaso en uniforme. En una interpretación totalmente deudora del descontrol típico de la peor comedia, Brie se saca de la manga el primer UMOPAR dadaísta de la historia. Y eso no es algo que el mundo o esta película necesiten.

En un año en el que “Cocalero” nos mostraba al Evo humano y querible que de algún modo perdimos entre 2005 y 2007, y en el que “El estado de las cosas”, con su bolso lleno de obviedades sobre-explicadas, pero que valdría la pena mostrar justamente a aquellos que no la vieron, rumia sin tragar demasiado; “Evo Pueblo” se perfila como la primer película genuinamente “en la era Evo Morales” –lo que sea que eso pueda significar, aunque fuera la posibilidad de presentar una película en un local popular como el “Fil-Maxim” o ver partidos de la selección boliviana en señal abierta. Si pensamos que el público mayoritario de esta película puede encontrarse en cines populares y se trata de personas que disfrutan del cine como un espectacular cuento de hadas de dos horas, tiene muchísimo sentido que “Evo Pueblo” se les presente así, como la historia de un niño indígena que tras una dura vida llega a la Presidencia de su país. La emoción que puedan experimentar al verse (¿vernos?) de muchas formas reflejados en ella será probablemente proporcional al ataque que los “críticos” puedan (¿podamos?) dedicarle a la cinta. Esa es una verdad que siempre hay que tener presente, y esperamos que Antezana y su equipo así lo hagan. Ahora, sí el espejo que se nos ofrece invita a la vergüenza ajena antes que a otra cosa, pues eso es algo un tanto más difícil de explicar.

Un poco cuestionando la puntería comercial de Antezana, me pregunto si no le habría ido mejor a esta película si se la pensaba como un telefilme. Y esto sobretodo por las limitaciones que tiene para digerirse como “cine” hecho y derecho. Al no ser una película propagandística, ni de genuino correlato revolucionario (pues, salvo por el pseudo Filemón Escobar que es el Compañero Ramiro, no se menciona la política en la cinta), ésta tampoco podrá verse como un registro de la Bolivia “pre-Evo”. Y ante la difícil decisión de poner un “doble” de Evo o un actor que pueda realmente interpretarlo sin descalificar al personaje, creo que hasta iterar la historia para convertirla en la de otro personaje (lógicamente “Reneco Pueblo” no habría vendido tanto como “Evo Pueblo”, pero…) podría haber ayudado a balancear la carga de personajes y desarrollo de la historia, entregando mejores resultados. Vaya en descargo de los actores que no solamente logran parecerse a Morales, sino que –contadas veces– hasta sacan un gesto o frase muy parecida a las suyas. No, no estoy siendo irónico.

Esta no es una película política, de eso esté seguro (y tranquilo, si desea). Pero, con uno de los peores inicios de la historia del cine (peor que los devaneos de “regreso al pasado por dos mangos” de Carlos Mesa y sus recreaciones, en artístico sepia, que vimos en la no tan mala “Bolivia Siglo XX”) y sin siquiera intentar mostrar a los verdaderos “malos de la película” (¿La oligarquía "derrotada" -es un decir- en 2005 acaso no existía en el universo paralelo de “Evo Pueblo”?), además de los serios deméritos a la figura de Morales –dados gracias a la endeble historia y a los actores primerizos– hasta podemos llegar a preguntarnos, ahora sí irónicamente, si es que ésta película fue financiada por la oposición. Ergo, si quiere saber de qué va “Evo Pueblo” imagínese algo más cercano a “La Cenicienta” que a “Yo sirvo en el ejército rojo”. Lo que, por otra parte, no es muy distinto de cualquier película sobre Fidel Castro, el Che o incluso Stalin que se haya hecho.


Hay algo profundamente fascinante en el transporte público. Y ese algo no tiene que ver totalmente con la infinidad de posibilidades y encuentros que se encierran en ese microcosmos. Al contrario, me refiero a los deliciosos posters y stickers que adornan esa particular configuración estética. Sea un cerdo escupiendo para sugerir que “No escupa”, una curvilínea Yayita invitándonos a “No distraer al conductor”, o la perla kantiana de “Mi educación depende de usted”, esas máximas universales suelen servir como testaferro legal y declaración de principios regidora del universo “trufi”. Que Tonchy Antezana haya recurrido al lema “Cine pobre pero digno” para promocionar su película dice mucho de lo que pretendió hacer desde un inicio. Ojala este cine (esta película, es decir) pueda ser una capsula de dignidad para quienes quieran ver en ella una historia al menos interesante. Que a Evo Morales no le irá a tocar en lo más mínimo la forma en que se lo presente en ésta película (generalmente positiva para él, salvo las apuntadas ocasiones en las que la incompetencia de los actores y el equipo repercuten en un demérito al personaje), es también muy cierto. Que Antezana no quiso revolucionar o reinventar el cine nacional también está clarísimo. Las licencias poéticas del director como el (¿intencional?) tono de la película y los resultados que produce (una cinta que, de ser evaluada críticamente, tendría que ser calificada de pésimamente realizada y vergonzosamente actuada), se tendrán que valorar, más adecuadamente, tomando sana distancia. Pero pienso que ésta no es una película hecha para la crítica (ni un servicio a Morales, o al desarrollo estético de la cinematografía nacional), y tampoco intenta serlo. Entonces mejor preguntémosle al pueblo, a quien definitivamente apunta esta película, que ya en su título lo invoca. Y si es que el poder tiene que corresponderle al pueblo, ¿por qué habría de valerle la opinión de cualquier crítico? Empero, si ya todos en el país conocemos la historia de Evo Morales y “Evo Pueblo” no es precisamente la clase de cine que quisiéramos exportar, me pregunto de nuevo: ¿Para qué?, ¿Cuándo fue una buena idea dedicarle una película a Evo Morales?

domingo, noviembre 18, 2007

Autopromocionando el pugilato con la bestia interior


Llegado el momento de elegir al escritor del que desearíamos recibir una paliza, Norman Mailer tendría que ser una de las primeras opciones. Y es que el pasado siglo ha producido tantos judíos neoyorquinos –geniales y alucinados sujetos todos ellos– como enormes periodistas con tendencias psicópatas (no todos con herencia judaica, se entiende). Norman Mailer, escritor fallecido el pasado sábado 10, que pertenecía a ambos grupos, forma parte de una lista de artistas y pensadores imprescindibles para entender los pasados sesenta años y representa todavía otra gran perdida para este año lleno de decesos. Pero, que a consecuencia de su ego hiperbolizado Mailer haya podido ser al mismo tiempo un estupendo narrador o un boxeador con sangre gitana, le hacen un personaje incluso más fascinante; demasiado aficionado a la camorra como instrumento argumentativo y descreyendo de D.H. Lawrence y su (usualmente aplicable) sentencia: “No le creas al artista. Cree el cuento.”, nos ofreció a "tomarla por atrás" mientras se dedicaba a hacerse la voz más relevante de su tiempo, tarea a veces imposible. Pero, ahora que Mailer ha muerto, es difícil negar que haya ocupado ese sitial, al menos durante un tiempo; ya fuera con el fuste de los tabloides o gracias a soberbias obras literarias.

No hay mejor señal de lo lejos que va quedando el siglo XX que la cantidad de obituarios que hemos escrito éste año. Sin embargo, con la muerte Norman Mailer el lamento es quizás doble, pues tras de él quedan sólo Gore Vidal, Joan Didion y Tom Wolfe como los últimos escritores fundacionales de la escuela narrativa que devino en el Nuevo Periodismo. Si sumamos a John Updike, viendo que nos sobran dedos en una mano para contarlos a todos, tenemos demás razones para la queja. Que se trate de nombres no demasiado reconocidos es todavía otro motivo para la tristeza que no hace falta ni mencionar.


Claro está, Norman Mailer sí fue mucho más reconocible –en muy distintos espacios– que sus colegas arriba mencionados. Es más, dentro de una arquitectura política particular, Mailer continúo siendo una de las opiniones más requeridas hasta su muerte, y eso no es decir poco para un hombre que hace tiempo había dejado de ser un personaje de “dominio público”, aunque su nombre lo conociera todo el mundo (aún si haberle leído), y que octogenario confesaba había estado fantaseando con una postulación presidencial al menos durante las últimas 10 elecciones. Pero Mailer, que se empeñó tanto en ser rabiosamente político, no debe sus enteros a aquella actitud opositora, que lo llevó a ofrecer los puños a más de un Secretario de Estado (el de Lyndon B. Johnson, dicen, incluso los probó a mandíbula desnuda). Al contrario, Mailer ofreció su mayor contribución desde el campo de las letras. Y lo hizo construyendo, con parámetros estéticos más bien sencillos, la forma expresiva más vívida que ha adquirido el periodismo en casi un siglo, empujando los primeros experimentos de Capote hacia un punto en el que la investigación documental se transformaba en una nueva rama sintáctica, incorporándola Mailer al texto casi en la estela y forma que lo hiciera John Dos Passos. La naturaleza hipnótica de su prosa, llena de detalles, muchas veces tan transgresoramente jocosa como delicadamente humana, ya se encuentra en sus columnas para “Esquire” (compiladas en la excelente "Advertisements for myself"), “The Village Voice” o cualquier otro de los numerosos medios en los que publicó. Ni hablar de sus posteriores trabajos, ya todos ellos inscritos en ese particularísimo estilo -luego hecho género- que fundó Mailer.

Habiendo alcanzado la fama y el título de “El mejor escritor de su generación” con su primera novela, "The naked and the dead", que era un recuento de sus experiencias como soldado en el pacífico, Mailer -que no era un narcisista selectivo y estaba obsesionado con transformarse en un ícono americano- anunció que escribiría la “Gran Novela Americana”, iniciando a sus 25 años una batalla fútil, en la que fue intercalando tantos fiascos como certeros intentos por hacer diana. Transformado precozmente en un personaje público, Mailer se dedico a una vida bohemia y errante, parcialmente presentada en su libro "An American Dream", en permanentes intentos por alcanzar una estatura icónica, a la que se acercaba quizás confundiendo celebridad por trascendencia, pero que demostraba comprender muy bien en sus complejidades (esto es evidente al leer sus escritos sobre Marylin Monroe, quien debe mucho de su mito a Mailer) . Fue así que, muchas veces desde el ensayo, Norman Mailer mostró que su lucidez para mirar a la sociedad y a sus contemporáneos poseía una claridad y agudeza envidiables, que se corroboran totalmente en un texto crucial para desentrañar los movimientos juveniles del siglo pasado, como es "The White Negro: Superficial Reflections on the hipster", o para leer el estado de agitación sociopolítica de los años 67-68, en su consagratoria "The armies of the night".


Es evidente que, ante esta progresión, Mailer el provocador no perdía el paso a Mailer el escritor, y (a veces en la persona de Norman T. Kingsley) se aventuraba en el cine –buscando crear la variante “ficticia” del cinéma vérité– produciendo la filosa y divergente "Maidstone", en la que, con Leacock y Pennebaker de camarógrafos, vemos un intento de asesinato real en contra de Mailer, perpetrado por Rip Torn, el actor principal de la película; o que también incursionó en la política, postulándose para alcalde de Nueva York junto al también escritor Jimmy Breslin (un personaje en derecho propio), presentándose bajo chauvinistas y demenciales consignas (que produjeron maravillosos slogans como “Vote por los pilluelos” o ”No más mierda”). Y así, durante muchos años, la dimensión del personaje que iba creando Mailer se difumina constantemente, en una dinámica cada vez más extremófila, y con el tiempo comenzamos a creer que no deberíamos siquiera encontrar distinciones entre uno y otro personaje.


Con esto comprendido, podemos decir que Mailer, un maestro para entender al hombre (el macho) y su naturaleza -hasta el punto de lindar con el machismo como una reafirmación identitaria- no escondió la base reichiana de alguna de sus ideas, y su descontrolado (y permanente) ataque al movimiento feminista, muy visible y tópico en el ensayo "The Prisoner of Sex", encuentra su contraparte material en la ofensiva lectura de poesía erótica en un mitin en pro de la liberación femenina, en la puñalada que asestó a una de sus esposas durante una noche desenfrenada, o en la dolorosamente estupenda "The time of her time". Otro ejemplo de esto lo podemos encontrar también, en otra vena, en su aclamado trabajo "The executioners song", acaso la última de sus obras mayores.


Si para escribir como Jack Kerouac hace falta subirse a un oldsmobile y cruzar el continente en busca de la expansión individual, no me imagino lo que haría falta para escribir como Norman Mailer. Sus temas, su actitud o su apasionamiento a la hora de emplear los puños como argumento –trátese de Marshall McLuhan, Gore Vidal o un anónimo crítico de su obra– hacen difícilísimo seguirle por ese lado; peor aún por el extremo de su propuesta estética, que ha estimulado decenas de pésimos imitadores, nacidos como embriones “neo-periodísticos”. Y no es que con su muerte perdamos un exponente particularmente prominente de las letras actuales, o un dique "iluminado contra el embate alienante sociedad occidental", sino que siempre se echará en falta al fabuloso impertinente que no dudó en ensillar la bestia interior y saltar con ella sobre nuestras cabezas. Por eso, y seguramente más, se lo va a extrañar. Fug it!, Norman.




N. del E. : Con este algo tardío homenaje a Norman Mailer, escritor fallecido dos sábados atrás, relanzamos el "Diseccionando Musas" tras casi un mes de irregularidad. Hemos de disculparnos por el abandono al que estuvimos sometiendo éste blog. Prometemos no volverá a suceder. Es más, el solicitado comentario a "Evo Pueblo" estará publicada hasta, máximo, el próximo miércoles. Gracias por su paciencia, apoyo y aguante. Hay musas para rato, y estamos invitados.