domingo, abril 27, 2008

"Día de Boda" : Cine letrina

Esto de “Cine posible” ya tiene que ser una trampa. No alcanza para cliché (“Cine pobre”, dedicada por Tonchy Antezana a su desastrosa “Evo Pueblo”) ni excusa (Agazzi y su “jodita” ejemplar, “Sena Quina”), y creo que durante todo el tiempo en cartelera de “Día de Boda” –a la que también se ha adjudicado el curioso calificativo– el giro va a quedar tan vacío de sentido que podría terminar siendo sinónimo de “pésima película”, representando como en los tres casos anteriores un esfuerzo menos que mediano escudado en un presupuesto estrecho, o sencillamente sonarle a nuestros cinéfilos locales tan atractivo y lapidario como esa rotunda expresión, tal vez más justa para medir las producciones antes citadas: Cine basura.

Saben que hemos intentado evitar cualquier condescendencia para con el cine boliviano en este blog (tratamos de apuntar siempre a lo justo, pues nos parece una inepcia elogiar con mayores lisonjas producciones nacionales de bajísimo valor por “apoyar lo nuestro”, o deshacemos en injustificadas florituras verbales por Apichatpong u otros cuando no las merecen; aquí todos pagan el mismo peaje), pero “Día de boda”, la opera prima de Rodrigo Ayala Bluske, representa un retroceso tal –en valor general, propuesta visual, acabado, actuaciones, formato, etc.– para el cine boliviano, que malogrado y a tumbos había venido dando señales de mejoría en los últimos tiempos, que no podemos menos que exponer sus múltiples defectos.

Como tampoco creemos que haga falta arreciar sobre los problemas que tiene la cinta, que son grandes y muchos, preferimos simplemente comentarla de forma breve y general. De lejos la peor película boliviana de los últimos años (honor que disputa en la misma liga que “Evo Pueblo” y “PsicoUrbano”), “Día de boda” no tiene absolutamente nada rescatable. Con decir que las escenas “nocturnas” fueron inexplicablemente filmadas con un filtro azulón y no “de noche” [¿Cómo esperaban que nos creamos que el blanco “brilla” en la noche?, ¿Y las señales claras de luz solar como las sombras y contraluces? Tampoco somos tan idiotas, señores.] Los actores son todos pésimos y carecen de la menor chispa, química o carisma. Es más, no son ni actores, apenas modelos y presentadores de TV. El desarrollo argumental es inexistente, las gastadísimas bromas usadas no provocan risas, la dirección de actores y la cinematografía –por decir lo menos– son “modestísimas”, etc. La música, la peor que he escuchado jamás; incluso películas porno tienen mejor “ambientación musical” que “Día de boda”. Para empeorar las cosas, lo más cercano a coherencia narrativa que tiene el film son algunos diálogos sueltos, y al final todo parece destrabarse con una simplicidad tan sorprendente que uno quisiera pedirle a Ayala explique su razonamiento, pues si funciona soy capaz de armar una lista larga de secuestros necesarios para enmendar cuentas pendientes (de algún expresidente al cuate que me ganó alguna vez en los tilines), y así quedamos todos felices.

Mientras ve “Día de boda” uno se pregunta si es posible perder la objetividad frente a una producción propia de tal forma. ¿No puede uno darse cuenta de la basura que está produciendo? ¿No puede el director percibir que lo suyo no tiene nada que ver con sus influencias declaradas? (Wilder y Sturges, revuélquense en su tumba) Cierto que algunos diálogos son más naturales que los de, digamos, Eguino; pero la declamación gélida de los actores no ayuda a conducir la comedia. ¿Será que Ayala cree tener chispa? ¿Se habrá él reído de esos chistes? ¿En serio? Habrá que agradecerle haber evitado rozar lo estrictamente vulgar como recurso hilarante (Agazzi no pudo salvarse de esa tentación), pero su uso de los estereotipos, si bien resulta menos ofensivo que en “¿Quién mató a la llamita blanca?”, es final y completamente desaprovechado en su intención comédica o narrativa. ¿Cómo es entonces ésta una comedia? Ah, sí. Uno puede reírse mucho, de vergüenza ajena, mientras se percata lo pésima que es “Día de boda”.

Y todo esto sin olvidar el extenso cameo del director. ¿Demasiado ego o autoconciencia de su única oportunidad para pasar a la historia? Gracias Bellot, hiciste escuela.

¿Cine posible? Si esto es todo lo que podemos hacer, estamos muy mal. Lo extraño es que esta excusa fue usada –matices más, matices menos– tanto por Agazzi como por Antezana, quienes así como Rodrigo Ayala dice hoy “cine posible”, decían “cine en joda”, “cine pobre”, o lo que fuera. Pero, ¿qué era (antes, realmente) cine posible? Durante las dictaduras setentistas representaba ese cine que, sin sojuzgarse o declinar el afán crítico, se potabilizaba para salvar la censura militar. Cine valioso a pesar de las limitaciones. Hoy Ayala nos propone un nuevo significado. Cine posible será ese cine capaz de competir en ralea con lo peor de Hollywood, pero con el añadido (indeseable) de las taras que cualquier producción independiente y de bajo presupuesto tiene. Y esa es la nefasta diferencia. Los yanquis tienen millones para contratar recursos técnicos, o recurren a legiones de profesionales mercenarios, y así pueden producir sus bodrios con una factura por lo menos pareja. Nosotros lo que tenemos son técnicos empíricos y un puñado de dólares para distribuir como se pueda. Ah, eso sí, los egos son acá tan grandes como allá. Y así es como terminamos filmando cosas como “Día de boda”. Nuestro “cine posible”, es verdad.

Cuando Agazzi abrió la caja de los truenos con “Sena Quina”, mezclando humor simplón con el “barato” formato digital, no podríamos haber imaginado lo criminal de su uso posterior. Ya la productora de “Día de Boda”, Toborochi Films, ha anunciado la producción de una película por año. Si éstas son la mitad de malas que la mencionada, Dios no permita que alcancen su propósito. Esa tasa de productividad huele a mala idea. (¿Tan fácil se recaudan 150.000 tacos?) Calidad no es cantidad y un tantazo de películas pésimas no hace industria (como tampoco una obra maestra cada 47 años). En fin, yo no quiero a Elías Serrano como nuestro Leslie Nielsen, ni a Andrea Camponovo de Brittany Murphy. Y ojo que esto no es culpa del digital. Al menos no exclusivamente. ¿O realmente queremos a Rodrigo Ayala como el Jason Friedberg del cine proyectado en Data Display?

En conclusión, “Día de boda” no merece ser vista. No vale la pena aguantar sus largos y aburridos 90 minutos (casi nadie se rió durante la proyección, hay que recalcarlo). Es la peor película que he visto en mucho tiempo (y eso que veo cine basura filmado en Piura a menudo), y hasta doblega a “Evo Pueblo” de lo pésima que es. Y es que en esa al menos había alguien interesante del que hablar (Evo). Técnica y conceptualmente es irrescatable y Rodrigo Ayala debe buscar nuevos horizontes pues el director es el culpable directo del descalabro (ya su debut en la teleserie “Fuego Cruzado” era deplorable. ¿Recuerdan cuando alguien se secaba el pelo en el microondas?). Camponovo (ni siquiera una cara bonita), Longo (mequetrefe que no debe ni verse en la tele), Serrano (algo más de auto-respeto, señor), Antezana (el idiota del pueblo), Vaca (el menos malo de todos) y los demás, tampoco pasan el corte, y como coautores de la debacle no merecen el salvoconducto. Usted, amigo lector, evite ver esta horrenda muestra de “cine posible”. O mejor, y con mayor justicia, ni se acerque a este pedazo de cine basura, cine inepto, cine letrina.

viernes, abril 18, 2008

Bug en 100 palabras

Celebramos el vigésimo aniversario del lanzamiento de Bug de Dinosaur Jr, la banda under más reconocida –valga la redundancia- de América. Este grupo con su trilogía de discos presentados en los ochentas (Dinosaur 1985 y You’re living all over me 1987) iba a preparar el terreno para que muchos grupos venideros coqueteen con las distorsiones para realizar su propia versión, entre ellos My Bloody Valentine.

Bug es un disco perfecto. La distorsión mezclada con tintes de hard rock y pop es increíble. La banda, que comenzó influenciada por el hardcore de la costa este, llega a una madurez impresionante. Si bien su placa antecesora es considera la mejor de toda su producción, Bug es el que los lleva a tener un mayor reconocimiento ya que el sonido es un poco más accesible, lo cual los lleva a tener un tema que se iba a convertir en clásico. Freak Scene es la probada de lo que se vendría en los noventas: melodía y mucha distorsión.

sábado, abril 05, 2008

Creo que olvidé la cabeza en el baño


Este es, casi sin lugar a dudas, uno de los discos más importantes de los ochenta. El verdadero disco de “modernidad e innovación” de la década, cerrando la trilogía fundacional del rock alternativo junto con "Zen Arcade" (1984) de Hüsker Dü y "Daydream Nation" (1988) de Sonic Youth. El segundo álbum de los enormes Pixies –aunque también se lo puede considerar como el debut discográfico de la banda, en términos de producción–, "Surfer Rosa" fue el trabajo que sentó las bases musicales para una nueva forma de hacer rock, derrumbando las puertas hacia nuevos sonidos e inspirando a toda una generación de adolescentes, que comenzaban a empuñar sus instrumentos a mediados de la década del electro pop y los bigotes a lo Giorgio Moroder; pero que algunos años después, ya entrados los noventa, iban a liderar la movida musical de aquella década. Entre los conmovidos se encontraba Kurt Cobain, quien encontraría en esta placa la inspiración para escribir el igualmente icónico "Nevermind" (1991).

Este trabajo se encuentra cronológicamente adelantado al resto de lo que se hacía en Estados Unidos por aquel entonces, y rivaliza en su frescura solamente con "Murmur" (1983) de R.E.M., "Doolittle" (1989) de los mismos Pixies, y tal vez "Let it be" (1984) de The Replacements. Si bien en los ochenta existió una movida musical bastante interesante, en especial con el post-punk, el hardcore, el revival sónico del jangle pop o el naciente hip hop (ya en otras aguas este último), estas vertientes fueron perdiendo fuerza conforme la década llegaba a su fin. Es ahí que esta banda surgida en Boston iba a revolucionar la música, creando un disco de furiosa intensidad, que capturaba el zeitgeist del cambio de década sin sonar fechado, más aún, casi con un sonido condenado a parecer perpetuamente moderno. Los Pixies, un grupo considerado como parte del rock universitario, iba a ser el buque insignia de lo que sería conocido posteriormente como indie rock, fundándolo todo con un disco que iba a definir todo este movimiento en la forma de componer y producir, en la forma de pensarse y pensar la música. Ese disco es justamente "Surfer Rosa".

El contenido violento, sexual, un tanto existencialista, pero principalmente surrealista, es el componente lírico de este segundo disco de la banda. Los temas compuestos por Black Francis, guitarrista y frontman del grupo, tocan de una manera algo insana éstas temáticas, predilectas suyas aún hoy. Las sensaciones, dignas de un esquizofrénico, y el mensaje que transmite el disco, es una de las primeras innovaciones que hace el grupo con éste álbum; encargándose, en resumidas cuentas, de presentarnos un lado oscuro y algo degenerado en la música, dejando claro que en los ochenta no todo era neón, new wave, “Safety dance” y Wham, pero lo hace sin caer en el oscurantismo poético de The Smiths, y aparentemente con un afán más lúdico del que rezumaba la tradición post-punk.

Esa agresividad lírica se desplaza también a otro plano, el musical. La violencia en la interpretación, con guitarras distorsionadas y bastantes gritos, es uno de los componentes más notables de esta placa; sin embargo, también existen elementos armónicos a lo largo de toda la misma, que inclusive rozan el pop -y a veces incluso en una misma canción-, creando una mezcla de versos armónicos edificados sobre tensas guitarras, en desplome sobre una base musical en la que predomina una batería tremendamente energética y de pulsos nítidos, un bajo embriagado y mimetizado en el tejido rítmico sin perder su identidad, y una guitarra no tan destruida en su vocalización (a cargo del magistral Joey Santiago), consolidando una estructura que en los estribillos daba paso al caos total, al ruido descontrolado y a los alaridos de un grupo que se dejaba llevar hasta llegar a extremos insanos.

Tal balance entre melodía y disonancia remitía instintivamente a elementos de la música concreta y el free jazz, pero en realidad esa intuición no podía mirarse sino era desde una evolución muy propia del garage rock, destilada siguiendo nociones que se distanciaban en lo más explícito de punk, pero que tampoco tenían demasiado que ver con el rock clásico. Ese concepto, por fuerza novedoso, se heredó como un descontrol virtuoso a la hora de tocar –sin renegar del gancho melódico o del riff abortado entre ruido blanco– lo iban a heredar posteriormente bandas “indie” como Nirvana, Pavement o Built To Spill, reacomodándolo dentro del canon rock, con inflexiones siempre interesantes, pero debidas al sonido original de los Pixies.

El responsable de que este disco fuera tan diferente es Steve Albini, músico americano de noise-rock, frontman de Big Black, Rapeman y Shellac, además de ingeniero y productor. Albini fue contratado para darle a la banda algo que la distinguiera del resto. Es así que utilizando sus peculiares y poco ortodoxas formas para grabar produjo este sonido, extraño pero tentador, y completamente inédito en aquella época. Un iconoclasta que compartía filosóficamente con la banda, Albini también había advertido que sus técnicas de grabación directa ayudarían a mejorar el registro de la banda, estableciendo su identidad de una vez por todas. De tal forma la resonancia de la batería y las guitarras es impresionante, incluso de algún modo calificable de “natural”, así como la voz y gritos de Black Francis, que parecen convertirse en un certero golpe que va directamente a la nariz. Tampoco debemos olvidar la participación vocal de Kim Deal, bajista del grupo, quien en “Gigantic” –canción que oculta una historia cargada de sexo entre aparentemente inocentonas líneas, esparcidas en una melodía no necesariamente lasciva– ofrece una interpretación magnífica, consiguiendo que una simple tonada de bajo se junte con una guitarra sabiamente distorsionada, ofreciéndonos uno de los mejores temas del disco.

Capturando perfectamente la dinámica inexplicable de la banda (un estallido asordinado), "Surfer Rosa" también fue una revelación para los propios Pixies, que nunca habían podido canalizar su energía y crudeza melódica sino hasta colaborar con Albini. Así es que este disco no solamente ha pasado a la memoria rock como una obra reveladora, sino –y quizás ayudado por no tener el ancla conceptual de futuros trabajos de la banda– como el contenedor de gran parte de los hits del grupo. Canciones inoxidables que es imposible desmerecer por su condición exitosa, como “Bone Machine”, “Vamos” (¡y sus alucinaciones en español!), “Cactus”, “River Euphrates” o la esencial “Where is my mind?”, forman parte de este perfecto disco, en el que ni un solo tema parece fuera de tono o lugar.

"Surfer Rosa", el disco que sacó del agua a PJ Harvey, Billy Corgan, J. Mascis y cientos más, a pesar de haber sido lanzado hace veinte años, no se ha desgastado con el pasar del tiempo; es más, en las décadas posteriores ha ido recibiendo el reconocimiento por parte de la crítica y de un gran número de músicos, fanáticos de la banda, quienes en su mayoría nombran a esta placa como la que los convenció de dedicarse a la música, y no es para menos. Esta es una obra insuperable, desde la llamativa y provocadora tapa, pasando por el demente contenido lírico, hasta llegar a las capas de distorsión (la primera dosis en la que se mezcló perfectamente el noise y el pop) que ofrecen los Pixies en su mítico álbum, que sentó las bases del rock indie en las décadas siguientes y presentó el lado perverso e innovador de la música en los ochenta, anticipando lo que vendría en la próxima década por influyo suyo, habiendo llenado la cabeza a miles de jóvenes que -unos años más tarde- iban a crear su propia versión de ese sonido de halitos inalcanzables. Pero esa ya es otra historia.