sábado, febrero 16, 2013

Los mejores discos de 2012 (X)

Porque estamos convencidos de que una lista de fin de año puede salir incluso más tarde que la de "Pazz & Jop", luego de completar el ranking con los mejores discos latinos de 2012, comenzamos el conteo global/anglosajón. De nuevo, es tan solo un acercamiento personal a la música del año pasado que con mayor fuerza capturó nuestra atención. Esta lista se completa con la revisión de los mejores discos latinos de 2012, que pueden encontrar aquí. Esperamos sus comentarios.


10. Kendrick Lamar – “good kid, m.A.A.d. city”



La aparición de jóvenes sensaciones en el rap es cada vez más frecuente. Al menos desde que pop y R&B/rap son sinónimos prácticos. Claro que no siempre se trata de propuestas con sustancia para soportar el paso del tiempo, e incluso menos dadas a la verdadera innovación. Aunque lleva rondando el circuito hip hop desde hace más de 5 años y su primer lanzamiento oficial data de 2009, con su debut discográfico "good kid, m.A.A.d city", Kendrick Lamar postula con fuerza por un lugar en el panteón de ese género. La diferencia está en que Lamar ambiciona la condición de totalizador cultural que lo conectaría con la ilustre y longeva historia de Dr. Dre, Ice Cube, Snoop Dogg, Tupac Shakur, Biggie Smalls, Nas y Eminem. Como "Doggy style" o "Illmatic", éste es la clase de disco que funciona como un excepcional barómetro de su época, pero que captura la esencia del artista que lo grabó de forma tan fundamental que, por fuerza, tiene que representar el nacimiento de una mega estrella.

Y eso que la carrera de Lamar antes de "good kid, m.A.A.d. city" ya era del todo atípica. Primero, se tomó 3 años para preparar su debut en una major, periodo en el que lanzó una mixtape y un disco independiente, además de colaborar con Dr. Dre, Talib Kweli, Warren G, Drake y... er, Lady Gaga. Ese ritmo productivo corresponde a la voluntad de un Lamar muy consciente de lo que quiere hacer y decir. Por ejemplo, si Frank Ocean, la otra sensación hip hop/R&B del año pasado, abre su disco con el sonido de una orquesta imitando a una Play Station, Kendrick Lamar lo hace con el mecanismo de una vieja casetera. El disco apunta, no cabe duda, a hablarle a "The Chronic" y "All eyez on me" de tú a tú, pero también incluye señas  de modernidad en la producción y en lo lírico: ahí tenemos rimas sobre recibir un SMS con fotos de su novia desnuda o el beat paranoico de "Backseat freestyle". Es más, si bien el disco nos ofrece un ejercicio de estilo G-funk, cosas como "The art of peer pressure" consiguen hibridar ese purismo con lo mejor del rap contemporáneo. En cuanto a inscribirse en el imaginario estándar del género, si "m.A.A.d. city" es una declaración de amor al gangsta rap de la costa oeste, canciones como "Bitch don't kill my vibe" son sensibles y groovy, con la honestidad emocional del hip hop post Kanye West. No hablamos, pues, de un trabajo arisco en lo introspectivo, ni reducido a los tics estilísticos del rap californiano. Ese registro, multifacético pero coherente, es el que hace de este álbum una obra trascendente.

Enfocado como un cortometraje sobre sus años creciendo en Compton, el disco es una bildungsroman en toda regla, concebida además por un autor en pleno dominio de una sorprendente gama de recursos narrativos. Al punto de tener suficiente confianza para decir que reza para tener un pene tan grande como la Torre Eiffel, y así darle al mundo por el culo. O discutir con su propia consciencia en "Swimming pools (Drank)". Pero cuidado, el disco es tanto una historia sobre la vida de Lamar como una fábula sobre el Compton mítico del gangsta rap noventero. Esto último no tanto porque Kendrick Lamar pueda ser un arquetipo de joven afroamericano criado al interior de los suburbios, sino porque la clase de decisiones que debe tomar representan, en el fondo, los mismos dilemas morales que nosotros afrontamos. Espero que ninguno haya tenido que estar en un tiroteo, o robado aparatos electrónicos, menos salir con strippers; pero, en un calibre cotidiano, sí que hemos lidiado con la presión de un entorno que no empuja a hacer algo que no estamos seguros de querer, hemos fantaseado con el poder, la venganza y el deseo, etc. Lo que conduce todo ese universo es un flow magnífico, que recuerda la versatilidad de Nas y el rango emocional de Tupac Shakur. Lo justo para cimentar una personalidad, o por lo menos un personaje, larger than life.

Exceptuando la melosa "I used to love H.E.R." de Common, hasta ahora el rap había conseguido resistirse a la nostalgia irremisa del revivalismo, a la endogamia mítica. Bien escuchadas, canciones como "Hip hop" de Mos Def tenían más predicamento sociológico que el  himno rockista promedio. Pero Kendrick Lamar admite que decidió hacerse rapero cuando vio a Dr. Dre y Tupac Shakur grabar el vídeo de "California love" muy cerca de su casa. Es un momento similar al que experimentó Bruce Springsteen al escuchar a Bob Dylan en la radio del auto de su madre, pero también un posible impulso hacia la autocelebración del hip hop como tradición. Claro que lo de Lamar no va por ese lado, como podemos comprobar en la sublime "Sing about me, I'm dying of thirst". Esta canción es en la que con mayor claridad vemos a Lamar dar un paso atrás, dejándole los reflectores a sus personajes, en un disco que -en esencia- es la construcción del mito Kendrick Lamar. Un gesto indispensable para separar al autor del ególatra, pues en la canción Lamar recibe una simbólica antorcha expresiva en la forma del pedido de un camarada moribundo, que le ruega para que cante sobre él cuando llegue el día. Pero el tema es mucho más que un cuento urdido para ungir a Lamar; al contrario, se trata de un magnífico relato coral, en el que Kendrick Lamar rapea desde varios personajes, alrededor suyo, construyendo un conmovedor retrato interno del mundo en el que creció. En pocas palabras, con "good kid, m.A.A.d. city" el momento consagratorio que predice esta canción ha llegado, y Lamar le hace frente con un talento y oficio abrumadores, que sin embargo no consiguen cegarlo de su entorno, sino que se lo transparentan. Ahí radica la magnitud de la promesa que se manifiesta en este súbito clásico del género.


No hay comentarios.: