martes, abril 16, 2013

Postales de la caída: A diez años del fin de la industria musical como la conocíamos (II)



Si algo parecía que iba a convertirse en la sensación del momento en 2003, ante el declive del revival del integrismo neoyorquino nucleado en The Strokes, tenía que ser el dance-punk de grupos como The Rapture. Contemporáneos prácticos de la irrupción strokiana, y quizás una manifestación paralela del mismo movimiento, este cuarteto neoyorquino lanzó su obra definitiva en 2003 (“Echoes”), con la que también alcanzó su zenit la escena de ritmos angulares y cencerros desatados que ellos apuntalaban. Era una progresión lógica de los Strokes, Yeah Yeah Yeahs e Interpol, pues las formas son parecidas –referencias post-punk y una atmósfera más bien oscura– y la música conserva esa aura de perturbadora decadencia urbana, tan propia del inicio de este milenio… aunque esta era una música que sí se podía bailar. Con el beneficio de la perspectiva temporal, sabemos que esa veta no daba para mucho más. Lo raro está en la persistencia de las bandas de ese periodo. En 2003 debutaron los YYY, los Strokes lanzaron su segundo disco (el primero en ser recibido con tibieza), y en 2013 las dos bandas han anunciado un nuevo lanzamiento. Por su lado, Interpol y The Rapture también han publicado discos en el último par de años. Pero el debut más interesante de 2003 suele ser menos recordado: “Unstoppable” de Girl Talk. Cierto que Gregg Gillis, el artista detrás de esa chapa, ya se había curtido como DJ y que John Oswald, The KLF, Double Dee & Steinski y otros exploradores de la electrónica estaban jugando con esta idea desde los ochentas, pero recién en 2003 fue que el público más amplio estuvo listo para abrazar un consumo con esas características. El collage, una forma expresiva muy socorrida por el arte contemporáneo, encontraba en el mashup un equivalente musical, que explotaba las características metareferenciales tan arraigadas en las expresiones pop posmodernas, como podemos ver en Pynchon o las bromas laterales de “Family guy”. Por otro lado, también procuraba indagar las posibilidades creativas que las TICs ofrecían para el consumo y la producción musical.

El que mezcla a The Strokes con Christina Aguilera, en un mashup un tanto burdo, no fue el primero en aparecer, pero sí en atreverse a interpelar de forma directa los significantes indie. Aunque lo de verdad sorprendente fue su recepción como una genuina obra pop, no como una parodia. Este cambio igualmente se explica observando la digitalización del consumo musical, pues al acceder a una fonoteca ilimitada (y para fines prácticos gratuita), los prejuicios y distinciones que hacían que estemos dispuestos a pagar por un disco físico de una banda cool (digamos los Pixies) pero no por una de pop desechable (Debbie Gibson), ya no se aplican. Con todo, el éxito de Girl Talk fuera del contexto lúdico/bailable está en que masajea nuestro capital cultural, retándonos a reconocer las decenas de canciones que combina en cada una de sus pistas. Es así que el background para que un escucha enganche con esta música, en un plano intelectual, era imposible de lograr antes de la revolución digital. Es cierto que como estética de lo digital el mashup floreció más bien en los memes, pero en la música llegó a disfrutar de un impacto inusitado para una creación en esencia derivativa. En cuanto a la canción de Freelance Hellraiser, con su combinación de pop meloso y guitarras subidas, presagia cosas como Sleigh Bells o los bombazos pop de Kelly Clarkson con “Since U been gone” en 2004 y de Taylor Swift con “Red” en 2012. También, al meterse con los “salvadores del rock” y ponerlos al nivel del pop más simple, anuncia el porvenir desprejuiciado y post-irónico de bandas indie que proclaman su devoción por Michael McDonald o Blink 182. Y, por último, descubre –en una faceta menos bromista pero igual de obsecuente con el pasado– la retromanía, que terminó convirtiéndose en la rutina creativa habitual de este nuevo milenio.


2 comentarios:

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